lunes, agosto 11, 2008

BOGOTÁ
Surgió como aparecen los planes más estimulantes: de forma imprevista. Mi compañero Quique nos llamó a Marta y a mi a nuestras casas. "¿Queréis viajar a Bogotá para cubrir el partido Real Madrid- Santa Fé?"- dijo. Un simple "sí" fue suficiente y, tras las prisas, las maletas y los trámites burocráticos, 48 horas después los tres volábamos rumbo a Bogotá (Colombia), junto con 20 oyentes de la emisora.

Fue un viaje largo (10 horas de avión), en el que hubo de todo: risas, sueños, comida estupenda y fútbol, mucho fútbol. Sentada en la ventana del avión, a punto de aterrizar, pude vislumbrar a través de los cristales mil tipos de colores, la mayoría de ellos verdes, apilados unos tras otros como si fueran un puzzle en el que todas las piezas encajan perfectamente. Ya en tierra firme, sentí el olor de la humedad a una altitud de unos 2640 metros sobre el nivel del mar. Era extraño, pero no incómodo.

Nuestros compañeros de la mesa de trabajo de Bogotá no tardaron en ir a buscarnos al aeropuerto. Ellos fueron los mejores guías que jamás hayamos podido tener. Recién llegados, cansados e inquietos mirábamos a nuestro alrededor: la luz grisácea, el aire templado y el aroma a césped mojado convivían con la belleza de las montañas y el ajetreo de una gran ciudad en la que se puede percibir la ausencia en medio del bullicio.

Una canción, la Chispa adecuada de Héroes del Silencio, ponía la banda sonora a las imágenes que lentamente se grababan en mi retina, a través de la radio del coche de mi compañera María Elvira. Esos fueron mis primeros momentos en Bogotá. Tras un breve descanso en el hotel, llegó la noche, después la fiesta (la parranda o la rumba, como la llaman allá), y los sueños sobre mi lecho de plumas.

A la mañana siguiente Quique, Marta y la que escribe realizaron una transmisión desde los estudios situados en la calle 67, desde los que se podía tocar, literalmente, el cielo con las manos. Desde allí arriba las realidades tomaban un aspecto diferente, sobre todo, porque la vista alcanzaba a visualizar el monte, ese en el que se difuminan muchos anhelos.

Parece mentira, pero recorrimos la ciudad en tiempo récord, inclusive la Plaza de Simón Bolívar. El partido Real Madrid- Santa Fé fue la percha (el enganche, el soporte) que sostuvo nuestro reportaje. Un trabajo en el que no faltó la emoción de los abrazos de aquellos que no pisaban su país desde hace 13 años; el color de las frutas más exóticas expuestas en puestos en cada una de las esquinas de las calles; la música en forma de silencio; ni los aplausos de miles de aficionados emocionados por la pasión del fútbol.

Tomamos un vuelo chárter a las 20.30 horas, tras pasar seis cacheos en el aeropuerto. Cuando tomé asiento en el avión, mis ojos no alcanzaron a vislumbrar aquellos colores verdes del monte que me sedujeron a la llegada. Era de noche y el cielo se había apagado. Durante el despegue recordaba cada instante pasado junto a mis compañeros y la imagen de aquel monte perdido en el horizonte custodiando la ciudad. Pensé en el significado de la palabra "libertad": facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por que es responsable de sus actos. No pude evitar volver a mirar a través de la ventanilla y preguntarme: ¿Porqué aquí? ¿Porqué a ellos? Porqué...

Estaba medio adormilada, cuando una azafata se disponía a servir la cena. - ¡Son las cinco de la mañana y nos estamos comiendo un solomillo!. - me decía Quique entre risas. Tras la ingesta, me tumbé en mi asiento y cerré los ojos. Faltaban más de 9 horas para aterrizar en Madrid y yo seguía entre las nubes, soñando con aquellos colores, con aquel verde, aquel olor...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mírala, a Bogotá. ¡Y sin mi! anda que después de las que pasamos tú y yo en nuestros viajes. Se te echa de menos. Cuidate enana.