domingo, diciembre 30, 2007

NARANJAS, LIMONES Y 12 UVAS

El principio del final de mi año 2007 transcurrió en la cocina de la casa de Eva en Albacete. Nada más entrar por el umbral de la puerta mis ojos fueron a parar a una enorme bolsa de naranjas que estaba en un rincón cercano a la despensa. No tardé en coger una y ponerla justo bajo mi nariz... ¡Qué bien olía! Hacía tanto tiempo que no me detenía a disfrutar el aroma de esa maravillosa fruta... Bien por prisa o tal vez por carencia de los productos -ya se sabe las frutas que se compran en el super no desprenden el mismo perfume que las recién recolectadas del árbol-, el caso es que habían pasado unos cuantos meses desde que no me paraba a degustar las pequeñas cosas estupendas que rodean mi vida.

Esta noche sorprendentemente he dormido del tirón, algo que no me sucedía desde los meses estivales. Ha sido genial. Me he pasado el día con EL, Juandi, Eva y la divertida Alba dando vueltas por la ciudad, tomando café y yendo de tiendas. Al llegar a casa, después de cenar he acompañado a Alba a la cama y cuando ya la iba a dejar desacansando la pequeña me dijo:

- Mañana es Nochevieja.

Ha sido entonces cuando, tras mucho meditarlo, me he sentado frente al ordenador con el único propósito de darle gracias a lo que sea (no sé si se llama destino, Dios o energía) por permitirme llegar hasta aquí y contarles todo lo que a menudo les narro. 2007 ha sido un año de "vuelta al cole" para mí, tal vez durante estos 365 días he cursado la asignatura más importante de mi carrera que ha consistido en aprender a valorar mi vida que es una, única e irrepetible. He aprendido que los hospitales no me gustan, que los accidentes de tráfico son lo más triste que puede pasarle a alguien y que los enfermeros son auténticos jabatos capaces de lidiar con desquiciados.

En la vida hay momentos dulces y amargos como los limones. A lo largo de estos 365 días he aprendido a hacer frente a mis problemas, a diferenciar lo importante de lo urgente, a valorar a mis amigos, a la familia... He aprendido que nunca te puedes ir de una empresa cuando sientes que todavía te queda trabajo por hacer en ella. He corroborado que yo no soy mi oficio, que me gusta pasear, leer el Vogue y estar con la gente que me quiere. He tenido la oportunidad de conocer a unas compañeras de redacción excelentes que me han enseñado que estar no es lo mismo que compartir. He descubierto que hay personas que me aprecian mas de lo que pensaba y que estarían dispuestas a dar la cara por mi si se planteara alguna situación comprometida. También he caído en la cuenta de que hay otras que saldrían corriendo porque mi amistad no responde a sus intereses.

Me he ido de casa, ahora vivo feliz con EL y con Dinky, nuestro perro. Me he dado cuenta de que me falta tiempo. Sigo sin carné de conducir y ya no voy a clases de body combat. He descubierto que la vida en pareja es un camino en el que no basta con andar, sino que tienes que saber dar los pasos adecuando tu velocidad a la de tu compañero. Soy consciente de que tengo suerte.

Ya no les aburro más. Termino mis últimas líneas de 2007 tranquila, sentada en el ordenador de la casa de mi querida amiga Eva, tras vislumbrar la silueta de Alba tumbada en su camita soñando tal vez con Pocoyó. Mañana es Nochevieja, TVE emitirá su clásica gala que dura 6 ahoras, sonarán las campanadas en el reloj de la Puerta del Sol, cenarán de forma copiosa, tomarán las 12 uvas de la suerte y se reunirán con sus allegados para tomar unas copas. Empieza un año nuevo cargado de buenos deseos. ¿Saben ya cuál es el suyo? Repasen sus vidas y cuando lo tengan claro, cierren los ojos y formúlenlo en bajito para que nadie se entere. Si lo ansían de verdad, tienen 365 días para hacerlo realidad. Feliz 2008.

sábado, diciembre 22, 2007

DECIMOS SON ILUSIONES A FALTA DE MUCHOS MILLONES

Erase una vez...
Un par de trabajadoras interinas, de esas que tienen contratos precarios y a las que despiden cada cuatro meses para luego, con un poco de suerte, volverlas a contratar. Aquella mañana fría y gris de invierno Lola se despertó tempranito porque había quedado para ir a recoger la cesta de Navidad de su empresa. El reloj marcaba las 11 en punto y María no tardó en llamar al timbre.

- No te lo vas a creer, pero he soñado con el número del Gordo de la lotería. Era el 13030.- dijo la amiga nada más entrar por la puerta del domicilio.

Las dos se miraron de forma cómplice y, tras una sonrisa pícara, no tardaron en poner manos a la obra para encontrar la participación. Cogieron el coche y fueron a parar a la oficina para proveerse de las viandas tan típicas en estas fechas. Ya saben, más vale pájaro en mano que ciento volando.

Una vez recogido el regalo de la empresa, se sentaron en sus respectivos puestos de trabajo, encendieron los ordenadores y empezaron a indagar para encontrar la administración que vendía el 1303o. No tardaron mucho en averiguar que su boleto estaba en a la venta en la zona de Ríos Rosas, justo en la otra punta de Madrid desde el lugar donde se encontraban.

-Cierran a las dos. Esta tarde ya no venden billetes de lotería porque empiezan con las devoluciones. hay que darse prisa. - recalcó María.

-¡Vamos!- gritaron ambas llenas de energía.

Faltaba menos de una hora para el cierre, pero como se suele decir la ilusión mueve montañas e, incluso a veces, los coches atacados que se concentran en el centro de una ciudad. Tras ratos de risas nerviosas, música y un "tenemos que llegar", consiguieron aparcar en la puerta de la administración y comprar tres décimos del 13030.

- ¡Como alguien se entere de esto va a decir que estamos locas!- exclamaban entre ambas.

Al día siguiente se celebró el sorteo tan esperado de la lotería de Navidad y aquel 13030 tan ansiado por las dos chicas no resultó premiado, noticia que fue recibida por ambas con la misma sonrisa cómplice que se dedicaron aquella gélida mañana de diciembre.

En estas fechas en las que los regalos, las comilonas y los excesos marcan la pauta general de conducta popular muchos olvidan que hay un transfondo que a vec Navidad: un SMS de Montse,es se deja de lado y que es capaz de mover a cualquiera: la ilusión.

Hoy tras escuchar esta historia miré la lluvia caer por la ventana y pensé en mi Navidad: en Eva y en Alex a los que por fin iba a abrazar en fin de año, la tarjeta de Fran, la cita con Tere, la voz de John que me provoca lágrimas a través de la distancia, mi querido amigo el siempre currante Javi, aquellos bailes con Montse y los compañeros de la redacción en la fiesta del periódico, las luces del árbol que EL y yo pusimos en nuestro salón... Las primeras Navidades en nuestra casa, con Dinky ese regalo de cuatro patas tan esperado.

Cuando recuerdo lo que les ocurrió a Lola y a María no puedo evitar pensar que sin personas como ellas, sin sus locuras y, sobre todo, sin sus ilusiones la Navidad no sería Navidad.


miércoles, diciembre 05, 2007

EL PRINCIPIO DEL COMIENZO


Normalmente no suelo hablar demasiado del lugar en el que trabajo, pero hoy es diferente. Dicen que los edificios en los que las personas pasan bastante tiempo al final acaban por formar parte de ellas. En mi caso, al menos, es así. Para mi este edificio significa el principio de mi comienzo como periodista profesional.

Recuerdo el primer día que entré por la puerta. Fue con mucha gente de la facultad, todos estábamos citados para hacer una prueba teórico-práctica con el fin de conseguir ser becarios durante el verano. Al llegar, nos subieron a la planta dos y, curiosamente, me senté en el sitio de la que, meses más tarde, sería mi redactora jefe.

Rellené el test con un bolígrafo de la persona que ellí se sentaba, escribí el reportaje y, una vez terminada la prueba, introduje el boli de aquella periodista en mi bolso. "Me lo llevo de recuerdo. Al menos lo intenté"- me dije.

Pasaron las semanas, llegó junio y allí, tirada en el sofá de casa empecé a discutir con mi familia. La pregunta era: ¿Dónde vas a hacer las prácticas? La primera opción eran los informativos de lo que, hasta hace unos meses los españoles conocían como el ente público. La segunda era una emisora nacional importante, de donde ya me habían telefoneado tras una breve prueba de locución y, la tercera el periódico del que no tenía noticias.

-¡La radio, la niña se tiene que ir a la radio, que es lo que sabe hacer!- decía mi abuelo.

-No, no a la tele. Es mejor que vaya a Torrespaña.- sugería mi abuela.

-Ese sería el último sitio donde me gustaría que trabajaras, Sara. - apostilló mi madre, de la cual no me esperaba semejante comentario.

- ¿Y qué hago si de donde quiero no me llaman? Al final, me veo sin prácticas.- les dije.

- No te preocupes, estoy segura de que trabajarás en el periódico.- afirmó mi madre.

No sé si en aquel momento un Dios, en el que no creo, iluminó a mi progenitora pero, después de 48 horas de dudas, el móvil sonó mientras presenciaba un espectáculo de delfines en Tenerife. Al día siguiente, tras cuatro años de carrera, tres de prácticas y madrugones en una radio local y mucho esfuerzo, era becaria del segundo periódico más importante de este país. Lo que quería y, encima, sin pagar.

Empecé trabajando en la sección de gastronomía de una guía, pero al mes un redactor me dió la oportunidad de escribir en el área de televisión. Al principio no me gustaba, yo soñaba con escribir en nacional e investigar el 11-M y me encontré (con todos mis respetos) entrevistando a Bibiana Fernández. "Tienes 20 años. De todo se aprende"- me decían mis jefes.

Cuando cumplí los 21 acabé mi beca, que sólo duró tres meses, y estuve trabajando sin contrato desde septiembre hasta diciembre. El sueldo no me daba ni para pipas y serví copas en algún que otro bar. Llegó diciembre y cuando estaba a punto de mandarlo todo al carajo mis compañeros me llevaron a la mesa en la que hice mi prueba de ingreso. - Hay que cubrir el hueco de unos compañeros de la sección de comunicación y hemos pensado en ti.- me dijeron.

Todavía desconozco cómo fue pero, sin darme cuenta, volví a la mesa donde realicé aquellas pruebas. Allí estaba una mujer que, al poco rato de hablar conmigo, pronunció la palabra mágica: contrato. Cuando la vi lo primero que pensé: "Madre mia, ésta es la dueña del boli que robé en mayo".

Y así, por casualidades de la vida, conocí a una de las personas que marcó y sigue marcando mi carrera profesional. A los pocos días de estar junto a ELLA firmé mi primer artículo en el periódico. Un cuatro columnas sobre un 'reality' (malísimo) . Nunca olvidaré aquella sensación que experimenté. Recuerdo que me levanté por la mañana, llegué a la redacción, vi mi firma impresa, escondí cuatro ejemplares del periódico del día y me metí en el baño de la planta dos a dar saltos de alegría. Cuando salí, mi profesora de redacción periodística había dejado un mensaje en mi buzón de voz: "Mientras tus compañeros están sentados aquí, tú firmas en el periódico con 21 años. Felicidades". Pero, a pesar de aquellas felicitaciones, para mi fue duro afrontar que ya no iba al mismo ritmo que el resto de mis amigos a los que echaba tantísimo de menos.

Después de aquello, seguí trabajando y aprendiendo de ELLA, hasta que mi contrato terminó y me llevaron a otras secciones de cuyo nombre queridos lectores no quiero acordarme. Dicen que cuando empiezas en algo el principio es clave para desempeñar tus labores futuras y mi jefa, esa a la que robé el boli, me echó broncas, me dió oportunidades y, lo mejor de todo, fue la primera persona que creyó en mi (espero que siga siendo así). ELLA es importante porque ha marcado mi forma de trabajar y de ser como periodista. Forma parte de mi grupo de grandes profesionales que apostaron en algún momento de sus vidas por la que escribe sin pedir nada a cambio, sólo que trabaje bien.

Cuando me cambiaron de sección no aprecié el valor de lo que aprendí con ELLA. Pero cuando por circunstancias ajenas a mi, me vi obligada a trabajar año y medio fuera de estas paredes me di cuenta de que mis meses con ELLA habían sido más importantes de lo que pensaba.

Han pasado más de cuatro años desde que puse un pie en esta compañía que hoy cambia de sede. Me fui, pero he vuelto. Aquí me han pasado muchas cosas, unas buenas, otras no tanto. Sus paredes fueron testigo de mis éxitos y fracasos. Gané mucho y perdi bastantes cosas, entre ellas la confianza en mi misma. Pero de eso no quiero hablarles, porque en el fondo las novatadas se pagan y todos aquellos malos ratos me vinieron bien.

Esta mañana, mientras embalaba los trastos en mi cajita, han venido a mi cabeza todos estos recuerdos. Al fin y al cabo he pasado muchas horas aquí dentro y algo de aprecio le tengo a estas cuatro paredes. A veces me pregunto: ¿Que huebiera hecho con mi vida si desde los 8 años no hubiera querido dedicarme al oficio de contrar cosas?Si les soy sincera todavía no he logrado encontrar la respuesta, lo que si tengo claro es que si no fuera periodista, no sería yo.

martes, diciembre 04, 2007

REENCUENTROS

Me encanta la canción 1973 del nuevo disco del británico James Blunt. Habla de recuerdos, de la nostalgia, de los reencuentros que llegaron y de los que, probablemente, nunca volverán. El pasado sábado me reuní con dos de mis mejores amigos en Estrecho. Isa, una antigua compañera de piso de Jonh, daba una fiesta en su casa. Tras un viaje intenso en metro, mi canario favorito y yo divisamos la figura de Javi a lo lejos. Había estado esperándonos durante 15 minutos dentro de un cajero de Cajamadrid. Eran las 12.15 de la noche y hacía frío.
Javi cruzó la carretera y fue entonces cuando los tres nos fundimos en un cálido abrazo de esos que se quedan grabados en la memoria porque son de verdad, porque salen de dentro. Llevábamos varios meses sin vernos.

Entramos en la casa de Isa. Un piso antiguo, amplio, con patio comunitario, muchas ventanas y habitaciones blancas pintadas de manera uniforme, nos daba la bienvenida. Su interior, en el que se daban cita 30 personas, dejaba entrever vestigios del viejo Madrid tras sus paredes. No tardamos en servirnos una copa.

Con un wishky con cola en la mano, John, Javi y la que escribe empezamos a contarnos nuestras historias protagonizadas, la gran mayoría, por el hilo que nos unió un buen día en aquella facultad con forma de búnker y pasillos con olor a marihuana: el periodismo, esa enfermedad extraña, que cuando es vocacional, acaba por instalarse definitivamente en tu cuerpo de forma terminal y aunque, a veces resulte dolorosa, por mucho que te hace sufrir no quieres dejarla marchar. No tiene cura o, al menos Javi y yo, no queremos curarnos.

Jonh, de vez en cuando arremetía contra nosotros de forma graciosa reivindicando la integración en la comunidad que bailaba en el centro de la pista del salón. -¡Es que no sabéis hablar de otra cosa!- exclamaba. Después de aquello, empezamos a movernos entre los invitados. Charlamos con peruanos, argentinos, ecuatorianos y españoles. Fue divertido y, ante todo, multicultural. Hubo un momento en el que deseé que el tiempo se congelara. Javi y John estaban hablando de cómo nos conocimos en la facultad. Me recordó a la serie Aquellos maravillosos años.

Hoy, en medio del descanso de la hora de la comida, mientras escuchaba la última canción de Blunt, he sentido la necesidad de recordar aquella noche del pasado viernes. Esos momentos que me ayudan a seguir adelante en medio de la lucha diaria y que hacen que la distancia se convierta en magia cuando se rompen las barreras, creadas por los kilómetros, con un reencuentro. Como dice Blunt: Here we go again!