viernes, agosto 29, 2008

RENUNCIAR A TODO PARA SER FELIZ

En el programa, cada mañana se propone un tema del día para debatir con los oyentes. Hoy el tema del día versaba sobre la siguiente premisa: "Renunciar a todo para ser feliz". La verdad, es que al escuchar ese tema pensé en ÉL y en los sacrificios que ha hecho y hace para estar al lado de la persona que hoy les redacta estas líneas. Reconozco que a veces es complicado permanecer a mi lado, sobre todo, cuando me toca trabajar hasta horas intempestivas durante tiempo ilimitado y bajo un nivel de estrés fuera de lo corriente. El periodismo es así o, al menos, la cara de él que conozco más. Ahora, que gracias a mi nuevo trabajo estoy más tranquila, sigo mirando con cierto recelo aquellos años en los que ÉL tuvo que "abandonar" su empleo como cámara para buscar una vida mejor para ambos en la que ÉL y yo fuéramos algo más que dos personas que se tumban en una cama para compartir sueños en la madrugada de forma completamente inconsciente. Le admiro, porque ÉL ha sido capaz de enseñarme a ser feliz más allá del oficio de contar cosas. ÉL supo ser paciente y aplazar su talento y, a pesar de todo, sonríe cada mañana antes de ir a trabajar en algo que no es de lo suyo.
Renunciar a todo para ser feliz lo hizo también Eva. Ella abandonó su trabajo en Madrid, bien remunerado y aparentemente importante, por una vida tranquila en Albacete junto a su novio y su hija.
Dicen que la felicidad no es un cielo permanente y que es estar contento con lo que se hace en cada momento. Rindo mis respetos a todos aquellos que saben lo que tienen que hacer en cada instante y a los que no, admiro a los que son capaces de renunciar a algo por compartir, por amar a algo o a alguien que no sean ellos mismos.

miércoles, agosto 27, 2008

SE LLAMA LIGIA

He visto a Ifema cambiar muchas ocasiones de rostro. Unas veces se vestía de gala para acoger a la glamourosa Pasarela Cibeles y otras se cargaba de creatividad con eventos como ARCO, SIMO o Broadcast, entre otros. Pero el 20 de agosto el recinto de la Feria de Madrid volvió a portar su traje más siniestro, uno negro, para acoger a las más de 150 víctimas del accidente del vuelo de Spanair JK5022 que se estrelló en el aeropuerto de Madrid-Barajas.

En la redacción la noticia saltó pequeña, como lo hacen casi siempre la mayoría, pero fue ganando magnitud en la medida que avanzaban los minutos. Las cifras de fallecidos aumentaban y cada medido de comunicación empezaba a establecer sus propias hipótesis a cerca de las causas del siniestro. Por una parte, mis compañeros y yo queríamos averiguar todo lo que estaba pasando en Barajas, pero por otra no deseábamos bajo ningún concepto confundir a ningún oyente dando una información confusa o sin contrastar. Fue un día largo en el que todos, tras el trabajo,acabamos abandonando el estudio agotados, silenciosos y abatidos.

A la mañana siguiente logramos hablar con Ligia, una de las supervivientes del accidente. Aquella entrevista es, junto a las que hice en la estación de Atocha aquel fatidico 11 de marzo de 2004, la más delicada que he tenido la oportunidad de hacer en toda mi carrera.

Ha pasado una semana desde aquel accidente aéreo y la resaca informativa ya deja entrever los resultados de lo que algunos hicimos o dejamos de hacer ante aquella noticia. Un amigo periodista que tiene ya sus años, siempre me dice que no hay noticias buenas o noticias malas, sino buenos o malos comunicadores. Hacer información es relativamente fácil, lo complicado es hacerla bien. No se pueden controlar las circunstancias imprevistas y cuando todo se desborda hay que ser capaz de mostrar entereza, no dejarse llevar por la compasión y ser integro.

A veces me da por pensar porqué me metí en todo este lío mediático y no acabé siendo cocinera como le decía a mi madre cuando tenía cuatro años... Estoy aprendiendo mucho estos meses con mis compañeros. Cada día que pasa me doy más cuenta de que seré una eterna principiante, que mi carrera paso a paso va configurándose porque comienza cada mañana con un sencillo paso.

Han pasado 7 lunas desde el accidente de aquel MD-82, y nadie sabe lo profundamente que sentí las lágrimas que España derramó y que aún humedecen las almas de los que, por desgracia, físicamente ya no están aquí. En medio del silencio de la noche resuenan en mi las palabras de Ligia, una chica colombiana valiente que, como cada uno de nosotros, vuelve a nacer cada día.

lunes, agosto 11, 2008

BOGOTÁ
Surgió como aparecen los planes más estimulantes: de forma imprevista. Mi compañero Quique nos llamó a Marta y a mi a nuestras casas. "¿Queréis viajar a Bogotá para cubrir el partido Real Madrid- Santa Fé?"- dijo. Un simple "sí" fue suficiente y, tras las prisas, las maletas y los trámites burocráticos, 48 horas después los tres volábamos rumbo a Bogotá (Colombia), junto con 20 oyentes de la emisora.

Fue un viaje largo (10 horas de avión), en el que hubo de todo: risas, sueños, comida estupenda y fútbol, mucho fútbol. Sentada en la ventana del avión, a punto de aterrizar, pude vislumbrar a través de los cristales mil tipos de colores, la mayoría de ellos verdes, apilados unos tras otros como si fueran un puzzle en el que todas las piezas encajan perfectamente. Ya en tierra firme, sentí el olor de la humedad a una altitud de unos 2640 metros sobre el nivel del mar. Era extraño, pero no incómodo.

Nuestros compañeros de la mesa de trabajo de Bogotá no tardaron en ir a buscarnos al aeropuerto. Ellos fueron los mejores guías que jamás hayamos podido tener. Recién llegados, cansados e inquietos mirábamos a nuestro alrededor: la luz grisácea, el aire templado y el aroma a césped mojado convivían con la belleza de las montañas y el ajetreo de una gran ciudad en la que se puede percibir la ausencia en medio del bullicio.

Una canción, la Chispa adecuada de Héroes del Silencio, ponía la banda sonora a las imágenes que lentamente se grababan en mi retina, a través de la radio del coche de mi compañera María Elvira. Esos fueron mis primeros momentos en Bogotá. Tras un breve descanso en el hotel, llegó la noche, después la fiesta (la parranda o la rumba, como la llaman allá), y los sueños sobre mi lecho de plumas.

A la mañana siguiente Quique, Marta y la que escribe realizaron una transmisión desde los estudios situados en la calle 67, desde los que se podía tocar, literalmente, el cielo con las manos. Desde allí arriba las realidades tomaban un aspecto diferente, sobre todo, porque la vista alcanzaba a visualizar el monte, ese en el que se difuminan muchos anhelos.

Parece mentira, pero recorrimos la ciudad en tiempo récord, inclusive la Plaza de Simón Bolívar. El partido Real Madrid- Santa Fé fue la percha (el enganche, el soporte) que sostuvo nuestro reportaje. Un trabajo en el que no faltó la emoción de los abrazos de aquellos que no pisaban su país desde hace 13 años; el color de las frutas más exóticas expuestas en puestos en cada una de las esquinas de las calles; la música en forma de silencio; ni los aplausos de miles de aficionados emocionados por la pasión del fútbol.

Tomamos un vuelo chárter a las 20.30 horas, tras pasar seis cacheos en el aeropuerto. Cuando tomé asiento en el avión, mis ojos no alcanzaron a vislumbrar aquellos colores verdes del monte que me sedujeron a la llegada. Era de noche y el cielo se había apagado. Durante el despegue recordaba cada instante pasado junto a mis compañeros y la imagen de aquel monte perdido en el horizonte custodiando la ciudad. Pensé en el significado de la palabra "libertad": facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por que es responsable de sus actos. No pude evitar volver a mirar a través de la ventanilla y preguntarme: ¿Porqué aquí? ¿Porqué a ellos? Porqué...

Estaba medio adormilada, cuando una azafata se disponía a servir la cena. - ¡Son las cinco de la mañana y nos estamos comiendo un solomillo!. - me decía Quique entre risas. Tras la ingesta, me tumbé en mi asiento y cerré los ojos. Faltaban más de 9 horas para aterrizar en Madrid y yo seguía entre las nubes, soñando con aquellos colores, con aquel verde, aquel olor...

martes, agosto 05, 2008

DAN ABNORMAL

Esta mañana cuando salí de casa el autobús no se me escapó, logré no pasar excesivo calor cuando ascendía por la Gran Vía camino al trabajo y, lo mejor de todo, conseguí subir sola seis pisos en un ascensor claustrofóbico sin quedarme parada. Pero la gran noticia de hoy la he encontrado ojeando el diario EL PAIS y, para mi grata sorpresa tenía nombre propio: Damon Albarn.


Supe de su música y de su buen hacer cuando era una adolescente y desde entonces no he dejado de sentirme cautivada por ese hombre de ojos azules, cara de pillo y sonrisa turbadora. Hay muchas maneras de conocer los diferentes estilos de música; unos nos los muestran nuestros amigos, otros la familia, el novio... Pero el grupo que realmente descubrimos por nosotros mismos, ese es el nuestro. La música, al fin y al cabo, es como el amor, sólo puede ser experimentada en la propia alma. En mi caso quedé prendada por el brit-pop rebelde y poético de Albarn a través de una emisora de habla inglesa que emitía desde Levante. Estaba en el salón de mi casa cuando el tema The Universal provocó que mandara callar a toda la familia. Al día siguiente convencí a mi madre para que me llevara a una tienda de discos a comprarme el álbum The Great Escape, me gasté 2.000 pesetas de las de entonces, lo que equivalía a mi paga semanal de un mes. Ese fue el comienzo de nuestra amistad.

No soy una persona que venere a sus ídolos, pero con el tiempo Mr. Albarn se ha ganado mi respeto. Lo que empezó siendo un flirteo adolescente con una estrella del pop en los 90, con el paso de los años se ha convertido en admiración. Su carrera comenzó tímida cuando se matriculó en el en una universidad de Londres, en Goldmisths. Era un alumno que pasaba inadvertido, escuchaba a Satie y al cual no le gustaba nada ir a clase. "Sólo iba para estar en el campus", reconocía en una entrevista publicada por el diario británico The Guardian. Allí, en uno de sus ratos tranquilos de lectura, poesía y café, se encontró con Graham Coxon. Se hicieron amigos y empezaron a tocar, juntos formaron el grupo The Circus. Luego se unió a ellos Alex James y con la incorporación de Dave Rothwee, la banda empezó a tocar como Seymour. Meses después nació en 1989 Blur, mi grupo favorito.

Escribir su historia es, de alguna manera, redactar la mia, ya que de una forma u otra hemos crecido de la mano. Las letras de Albarn pusieron banda sonora a mi vida: me enamoré con She´s so higth; me rompieron el corazón con To the end; me enfadaba con mi madre con Caramel, abordé la muerte de mi mejor amigo con No distance left to run y me iba de fiesta con Boys and Girls.

Tuve la ocasión de ver a Blur en directo dos veces, una durante una escapada a los Pirineos, en el Doctors Music Festival y otra en La Riviera, hace cuatro años. La primera fue la más especial, porque en medio de todo ese festival logré coincidir con Albarn en la barra de un puesto. Él estaba rodeado de guardias y yo invadida por los nervios. Le miré inquieta, me miró atribulado y, tras recoger mi Coca Cola, intenté acercarme a él. Un guardaespaldas me intentó apartar y Albarn hizo un gesto para que me dejara en paz. "You ´re so great. I love your music, your music allways goes with me"- le dije tartamudeando. "If my music goes with you, you also go with me", contestó Albarn antes de irse. Entonces yo tenía 14 años y me había escapado sin permiso a un festival al cual tenían prohibida la entrada los menores de 18 años.

Hasta 2006 Blur publicó siete álbumes, de los cuales cinco de ellos fueron número uno en UK. Llevan dos años sin sacar un sólo disco, pero a diferencia de los demás miembros del grupo (algunos como Alex James se dedican a la venta de quesos), Albarn ha logrado reinventarse a sus cuarenta y tantos, seguir componiendo y trabajar en proyectos como Gorilaz o The good, the bad an de the queen. Lo último que sé de él es la noticia que hoy me llenaba de alegría: va a lanzar la música de Monkey: Journey to the west, una opera con raices chinas.

Hoy quiero, desde mi rinconcito de Madrid, dedicarle unas palabras a Damon Albarn, Dan Abnormal, como él mismo se autodefinía en una de sus canciones. Ese tipo tímido que le gusta verse sin ser visto, el que dijo "no" a las drogas, el que se manifestó contra la guerra de Irak, el dueño del bar Kaffibarinn en Reykjavik (Islandia), el vegetariano, el padre de Missy, el fanático del Chelsea y el tipo capaz de componer las canciones que me llegan, esas que solo soy capaz de compartir con el que sabe apreciarlas. Your music allways goes with me, forever and ever Mr. Albarn.