sábado, noviembre 29, 2008

TRES AMORES Y EL BIG BEN

Antes de subirme al avión, le prometí a mi amigo Alex que tarde o temprano acabaría escribiendo algo en este blog con semejante título que reflejara mis experiencias en mi primer viaje al Reino Unido.

Han pasado unos cuantos amaneceres desde que regresé a Madrid y todavía siento un "no se qué" cuando me acuerdo de aquellas tardes solitarias y plomizas, de la música y de aquellos abrazos gélidos. ¿Nunca han amado algo o a alguien sin conocerlo personalmente? Eso me pasó con Londres, una ciudad a la que quería por anticipado. Imaginénse: Mis abuelos fans de The Beatles; mi madre, bailarina, se pasaba las horas muertas durante mi infancia hablándome de lo bien que lo pasó durante dos años viviendo en Covent Garden estudiando en la Royal Ballet School.; mi tio y sus canciones de The Police cada fin de semana antes de salir con sus amigos en los 80... Después, yo y la música de Blur, mi adolescencia junto a un un grupo de chicos británicos de Queensway... Recuerdos, de los que solo queda una pequeña novela escrita desde el punto de vista de alguien que quiso dar forma a la esencia de una ausencia.

Me encantó pasear con EL por Picadilly, Westminster, Kensington, Oxford Street y Notting Hill, un lugar en el que me encontré de bruces con la armonía que desprenden las letras que escribe mi querido Damon Albarn. Londres ha sido un hallazgo para mi, como lo fue conocer a Mercedes, mi compañera de trabajo: Una periodista colombiana, cosmopolita, dicharachera y encantadora, dotada de las mejores piernas de toda Inglaterra. Con ella también se hizo patente eso de simpatizar con alguien sin haberlo visto antes. Me gustó su mirada chocolate y ese brillo que salía de sus ojos febriles cuando contaba historias mientras caminaba por las calles de su ciudad. Con ella, EL y yo conocimos una colina alejada de todo desde donde se podía divisar el cielo con nombre de Londres. Ahora, cuando cada día escucho la voz de mi compañera a través de uno de los botones de la mesa de mezclas de Fran, pienso en aquella colina con una sonrisa: Mercedes, la mujer que se hizo a si misma, vive allí. Tengo muchas ganas de volver a verla.

Por momentos como esos, merecen la pena muchas cosas. Londres, esa metrópoli en la que, a diferencia de Nueva York, te sientes grande paseando por infinidad de barrios pequeños. Cadem es uno de mis favoritos. Mercadillos extravagantes, bohemios y alternativos son las arterias que dan vida a Camden Town, la capital del rock indie de Gran Bretaña y, probablemente, del mundo. Cuando estuve allí, no pude evitar verme durante un instante escribiendo sola desde uno de esos rincones que van a parar a las orillas del Thames.

Si no me parte un rayo, volveré en cuanto pueda a Londres porque allí tengo tres amores: amigos (Mercedes, Miguel y espero que John dentro de poco tiempo) la música y, por supuesto, el Big Ben.

sábado, noviembre 01, 2008

DON´T GO AWAY

Era una tarde de esas, como otras muchas, en las que tras ver una película, vas a hacer la compra de la semana y acabas rendida sentada delante del ordenador buceando en la red de redes. Te sumerges en un mundo al parecer conocido buscando algo. En mi caso lo acabé encontrando. Se trataba de una canción de los británicos Oasis fechada en 1998.

Es increíble lo que puede significar para el ser humano enfrentarse a la nostalgia, cuando tras el paso de 10 años un sonido difuso, lejano y añejo te trae recuerdos a la cabeza. A veces no es necesario ver para sentir. Tampoco es necesario moverse de la silla para que se te haga un nudo en la garganta y se te empañen las lentillas cargadas de lágrimas deseando brotar a borbotones.

Supongo que para eso están las canciones, para ver sin necesidad de abrir los ojos. Aquella tarde, gracias a aquella melodía que andaba enterrada en lo más hondo de mi memoria, pude volver a pronunciar una frase que marcó mi adolescencia: Don´t go away.